COMO UN CLARO EN LA PENUMBRA
"Como un claro de luna en la penumbra" - Enrique Banchs.
Debemos comenzar diciendo que la labor de un escultor es, entre todos los trabajos que realiza el hombre, uno de los más verdaderamente admirables. Pero no sólo porque consiste en inventar con su cerebro y después con la pericia de sus manos unos bellos prodigios, que ya sería una causa suficiente y poderosa, sino porque poblar el mundo real de nuevas e irrepetibles formas es además una tarea infinita. Cuando un intruso como yo entra en el taller de la escultora Aurora Cañero, en la castiza plaza de la Morería - ¡ cuántos ecos del maestro don Rafael Cansinos Asséns al pié del Viaducto ! - , siente que se entromete en el cerrado jardín, en el recinto secreto y propio de un tropel de áticos personajes únicos, y a la vez miembros de una raza interminable. Allí están, en apariencia durmientes, pero en realidad muy despiertos, encaramados en el último peldaño de sus escaleras, buscando siempre la altura de un pedestal que les da ese lugar de observación privilegiado, ese espacio de superioridad acechante desde el que ellos, que tanto necesitan ser mirados para poder existir, a su vez nos miran con extrañeza. Son hombres y mujeres que se resisten a pisar la tierra como lo hacemos sus pobres hermanos de carne y hueso. Quieren ser todo lo livianos como para poder andar por el aire o buscan en la atrevida navegación la inquietante flexibilidad del agua. Tienen algo de actores que están representando en el espacio libre de un escenario abierto una comedia o un drama, y también tienen algo de piezas de un inmenso juego de ajedrez, celebrando una partida que adivinamos es tan crucial para ellos como para nosotros. Invitan a la aventura del sueño, porque se sienten parte importante de un mundo asombroso, en el que la magia que irradian nos permiten participar activamente en sus fabulas, incluso colaborar en la trama de la narración con el riesgo de nuestras propias ensoñaciones. ¿ Porqué nos fascinan tanto estos dobles nuestros, fundidos en el bronce y modelados con minuciosidad por Aurora Cañero ?. Quizá porque reconocemos en ellos muchos rasgos que nos turban, bellezas o emociones que no dejamos de reconocer, fragmentos de nuestras memorias o instantes que alguna vez imaginamos como posibles.¿ Qué vértigo hay en ese seductor encuentro de nuestra mirada fugaz con la pieza silente ?. Acaso no hemos pensado, con una irremediable pizca de envidia, que ellas - las esculturas- son tan inmutables como inmortales y nosotros, en cambio, estamos destinados a envejecer y a morirnos. Hay que tener verdadera gratitud ante creadores como Aurora Cañero, que no se limitan a reproducir seres idénticos a nosotros, que se niegan a ser meros espejos reiterativos de lo cotidiano y despegan a sus criaturas del conocido suelo de lo real. Nos están regalando sus sueños, nos están confiando sus mejores secretos, nos están mostrando la profundidad laberíntica de sus almas. Por fortuna desconocen la vulgaridad en una sociedad ya demasiado castigada por rutinarias y grises banalidades. ¿ No es éso ya mucho ?. El arte debe tener ese poder de maravillarnos para ser realmente arte, y esa es una espléndida lección que las esculturas de Aurora Cañero nos dicta " como un claro de luna en la penumbra".